lunes, 2 de abril de 2012

El tema de nuestro tiempo


Le tomo la palabra a mi colega Andrei. No ya simplemente porque esta entrada es contigua a la suya  –con la que abre y donde explicita las líneas fundamentales de este blog–, sino porque, además, no seré yo quien se atreva a incumplir los principios fundacionales de este espacio de debate y reflexión. Así pues, no encontrará el posible lector ningún afán de exhaustividad bibliográfica, ningún encorsetado formato de rancia academia, ni tan siquiera una elegante argumentación. Tampoco busquen un original y lúcido análisis de nuestro crítico momento histórico a pesar del pretencioso título;  a caballo entre un mal recurso publicitario y un guiño cómplice a la obra de Ortega y Gasset.

En fin, a lo que voy. Llevo tiempo observando, para mi sorpresa, cómo, entre conocidos, amigos, locutores, radioyentes, se está poniendo de moda autodefinirse como “liberal”. Hasta en los recientes actos conmemorativos de la Constitución liberal de 1812 discutían los políticos por ver quién se erigía como verdadero y legítimo heredero de ese espíritu. Pero lo más llamativo es que a estos corifeos, aplaudidos por una numerosa banda de “auténticos liberales”, sólo les une el nombre genérico. Con tan sólo analizar superficialmente este crisol, podremos constatar sus múltiples diferencias y el abanico de modelos; por citar algunos: están los “neos” y los “viejos”; los hay “radicales” (por lo de ir a la “raíz” del concepto mismo, a su esencia más pura) y “moderados” (una palabra que suena bien aunque no siempre sepamos a qué suena), entre la inmensa gama de colores.

Ante tal maremágnum sería de agradecer una descripción precisa sobre qué entiende cada susodicho por esta doctrina –más allá de las dos frases generales y vanas apelando a la libertad– que me permita poder encasillarlos con exactitud y objetividad, evitando así mis prejuicios ideológicos (nada fiables, por cierto). Sinceramente no sé el motivo de este molesto silencio, de esta espesa niebla que ni permite ver con claridad ni separar los distintos elementos con mayor rigor. Imagino diversas razones: ignorancia, manipulación, pereza intelectual o indecisión verdadera por parte del interesado al no estar del todo seguro sobre qué tipo de liberalismo refleja mejor su visión del mundo; a saber, el económico, el social, el político o el filosófico.

Tampoco tengo ni idea si esto se debe simplemente a una moda pasajera como lo fue, no hace tanto, ser de “centro” –ese punto ilocalizable que mantenía la equidistancia entre la nada y el todo–, con el que se adscribieron en otra época tantos como hoy lo hacen a esta nueva etiqueta. En cualquier caso, respetando las leyes fundacionales del blog y ocultándome de paso en ellas, no hablaré aquí del liberalismo de Bentham o del de Pareto. Ni mucho menos discutiré dos de los posibles principios fuertes que se le atribuyen a esta filosofía: el de igualdad (¿entenderá algún defensor por este principio “igualdad de oportunidades”?) y el concepto de libertad (¿cuál prima sobre cuál?, ¿podría existir una verdadera libertad sin la existencia real de una igualdad de oportunidades?).

Con este panorama, como comprenderán ustedes, tratar de ir clasificándolos uno por uno me está resultando una tarea difícil y pesada. Un auténtico tema de mi tiempo.

PS: Para los que tengan esta misma obsesión les recomiendo, para iniciarse en tan laborioso oficio, un documental titulado “La Doctrina del Shock” (Michael Winterbottom y Mat Whitecross). Su visionado puede servir para catalogar a algunos especímenes extremos de esta gran familia.

3 comentarios:

  1. A propósito de lo que dices, una manera común de contestar a la pregunta acerca de las opiniones políticas de uno es decir que uno es moderado. La moderación será una virtud, pero no es una opinión política. En cuanto a otros conceptos como ser liberal, ser de centro, de izquierda, o de derecha, es verdad que mucha gente las usa con poco rigor. Muchas veces no hay que esperar contestaciones en las que se pueda ver qué exactamente entiende uno por 'libertad', o cómo define la igualdad de oportunidades. En tal casos, me parece a mí, lo ideal sería practicar una especie de mayéutica socrática: ofrecerle al interlocutor varias opciones para ver cuál escoge, presentarle objeciones a lo que propone (lo ideal, en forma de preguntas), hacerle ver las posibles contradicciones, y así ayudarle a aclarar sus conceptos. Y hacerle ver indirectamente que se puede hablar de política sin hablar de la biografía de uno, o de la cara del otro. Eso es lo que debería hacer un buen filósofo en estas situaciones. Es un juego divertido, pero no es fácil. Un poco como el tenis. :)

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    1. Muy acertada tu crítica sobre lo de ser “moderado” como opción política. En lo que respecta a no esperar una respuesta precisa sobre qué entiende cada uno por “liberal”, “centro”, “izquierda” y/o “derecha”, creo que si bien puede ser comprensible esta indefinición por parte de un sector de la población, nunca debería ser deseable para una óptima salud democrática. Cuanto mayor sea la capacidad crítica y reflexiva de la ciudadanía, mayor será la calidad de nuestro sistema político. La mayéutica socrática me parece una buena herramienta para conseguir debates enriquecedores, pero no tan sólo como un método utilizado por filósofos o especialistas en debates, sino como un instrumento válido para todo ciudadano que le guste participar en la “arena pública” (que deberían ser todos). Las pocas preguntas que propongo en el escrito tienen esa intención e imagino que el blog, en su conjunto, también.

      De todas maneras lo que es inadmisible es que nuestros representantes, nuestros políticos, no definan bien sus posiciones. Como ciudadanos activos y comprometidos en la vida pública deberíamos exigirle (sin esperar a utilizar nuestro voto cada cuatro años) una mayor precisión, claridad y rigor en todos sus discursos, y estar muy atentos a sus definiciones ideológicas (y también a sus acciones). Esta moderada invectiva iba principalmente dirigida a nuestra cada vez más desvalorizada clase política (aunque también para algún colega). Otro ejemplo similar ha aparecido hace tan sólo dos días en el periódico Público por Vicenç Navarro, catedrático de Políticas Públicas, en este artículo:

      http://blogs.publico.es/dominiopublico/5037/%C2%BFquien-define-la-confianza-de-los-mercados-financieros/

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    2. De acuerdo con tu última observación. Hay que pedir más claridad y más rigor. Puedo decirte que la falta de calidad y rigor del discurso político es algo muy habitual en Rumania. El discurso de los políticos es tan pobre en ideas y propuestas especificas que la gente acaba eligiendo un partido u otro casi exclusivamente en función de la carisma de los políticos, no de sus ideas. Eso pasa sobre todo en las democracias jóvenes, donde la gente aun no ha adquirido una conciencia política madura. Por eso me pregunta hasta qué punto es la culpa de los políticos en cuestión. Es un poco como en los programas basura de la tele: las hay porque hay una audiencia para ellos. Hay demanda, y eso crea la oferta. Los políticos ofrecen y la gente elige. Supongo que es como debería ser. Pero un discurso demasiado sofisticado puede resultar contraproducente para el político, pues si la gente no tiene interés por tal discurso no se vende. El político tiene que adaptarse no solo a las expectativas sino también a la mentalidad de los votantes si quiere ganar. Así que el fenómeno al que apuntas puede ser simplemente el resultado de un proceso perfectamente democrático. Aunque democrático sea también criticar al político por su falta de rigor, y pedirle más claridad conceptual.

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