jueves, 19 de abril de 2012

'Hombre' y mujer



La palabra 'hombre' se usa para referirse tanto a los humanos en general, sin marcar el género, como también para referirse exclusivamente a los varones. Algunos feministas han argumentado que este hecho es una expresión del sexismo en el lenguaje, y que, por lo tanto, si nos importa la igualdad de género, habría que cambiar la manera en la que usamos esta palabra. Se ha propuesto mantener sólo el segundo uso, y remplazar el primero por palabras como 'persona' o 'individuo' (p.ej. aquí, punto 4; para el fenómeno similar en inglés aquí, p.7). En el contexto de un debate acerca de la cuestión del lenguaje sexista que tuvo lugar en los periódicos hace poco (véase aquí) oí una replica que me dio para pensar. Un conocido afirmó que usaría 'hombre o mujer' en lugar de 'hombre' cuando habrá que decir 'día y noche' en lugar de 'día'.

Me pregunto en qué medida hay aquí una objeción a la propuesta de los feministas. Estrictamente hablando la replica no es un argumento sino solamente un condicional: hay que cambiar el uso de 'hombre' sólo si hay que cambiar el uso de 'día'. Es verdad que entre las dos palabras hay una relación importante, que se pone en evidencia al yuxtaponerlas. En particular, 'día' tiene dos usos: uno para referirse a un periodo de tiempo de 24 horas, y otro para referirse al periodo de tiempo diurno. 'Hombre' también tiene dos usos, uno para referirse a la propiedad de ser varón, y otra para referirse a la propiedad de pertenecer a la especie humana. Se trata en ambos casos de metonimia, un fenómeno de cambio semántico que hace que una palabra que se usa para nombrar una categoría de entidades se use también para una subcategoria de esa categoria.

La comparación de las dos palabras es sugerente en este sentido. Pero la replica dice más que eso. En particular, dice es que hay que eliminar el uso que resulta por metonimia en el caso de 'hombre' si se hace lo mismo en el caso de 'día'. Como podemos suponer que el ejemplo de 'día' es una metonimia elegida al azar, sin ninguna relación especial con la de 'hombre', parece ser que se sugiere que eliminado un uso de una palabra debido a metonimia, hay que hacer lo mismo para todos los usos que se crean por metonimia (o por metonimias del mismo tipo). Es decir, que una metonimia no puede eliminarse del lenguaje sin eliminar a las demás. Y esto es obviamente falso, pues se puede operar un cambio en el lenguaje, si la comunidad lingüística está de acuerdo con ello, sin que se opere cambios similares en toda una categoría de palabras con la misma etimología.

Dado el contexto, el argumento que se ofrece implícitamente parece ser un modus tollens: (i) Si se acepta la propuesta de los feministas para el caso de 'hombre', hay que hacer lo correspondiente para todas las metonimias similares (o para muchas más). (ii) Pero eso no se puede lograr. (iii) Por lo tanto habría que rechazar la propuesta de los feministas. El argumento es válido, pero la premisa condicional no se sostiene. Así que el valor argumentativo de la replica en cuestión desaparece rápido cuando nos ponemos a analizarla.

Sin embargo, es posible que quién dijo eso sólo quería señalar el paralelismo entre 'hombre' y 'día', y así hacer ver que la primera de las dos es ambigua; y que, por lo tanto, quién la use en el sentido de 'persona' no está identificando a todas las personas con los varones, excluyendo a las mujeres; pues se trata de una palabra ambigua, con dos significados diferentes, que los hablantes competentes saben distinguir.

Pero aunque esto fuera cierto no se sigue que el uso de la palabra 'hombre' para referirse a personas no da lugar a sexismo. A diferencia de otras ambigüedades, como p.ej. la de la palabra 'banco', muchas veces 'hombre' no se puede desambiguar de manera completamente clara. Si un anuncio para un trabajo dice 'Se buscan hombres para X', ¿invita o no este anuncio a las mujeres a solicitar el trabajo? A veces el contexto puede no ser suficiente para determinar cuál de los dos sentidos se ha usado, y entonces no podemos contestar claramente la pregunta.

Pero ¿es realmente la palabra 'hombre' ambigua? Es decir, ¿tiene esta palabra dos sentidos literales independientes, que los hablantes competentes no pueden confundir? Creo que no, tal como muestran los ejemplos mencionados por Laura Freixas, en un artículo en El País: "Para decirlo gráficamente: prefiero decir ser humano en vez de hombre porque puedo decir: ‘Como ser humano moderno, yo...’ y no: ‘Yo, Laura Freixas, en tanto que hombre moderno...’. O porque si digo ‘El hombre medieval moría con frecuencia en el campo de batalla’, nadie se pregunta de qué morían las mujeres. Se supone que hombre abarca a ambos sexos pero, ¿acaso podemos decir: ‘El hombre medieval a menudo moría de parto’?”

No todos estos ejemplos son igual de convincentes. ¿Por qué no se puede decir ‘El hombre medieval a menudo moría de parto’, pero sí  ‘El hombre medieval a menudo moría en el campo de batalla'? Una explicación es que 'hombre' realmente no significa 'persona', sino solamente 'varón'. Creo que es la explicación correcta, pero hay una explicación alternativa. En la primera oración 'hombre' significa 'persona', pero la frase suena mal por la misma razón por la cuál la siguiente también suena mal: 'Cientos de animales mueren cada año de una enfermedad especifica de los cangrejos'. Si la enfermedad es especifica de los cangrejos y no afecta a otros animales, sería más natural decir 'cientos de cangrejos' en lugar de 'cientos de animales'. La segunda no suena mal porque allí 'hombre' significa 'varón'. Esta explicación de la diferencia entre las dos frases es compatible con la tesis de la ambigüedad de 'hombre' (la existencia de dos significados independientes).

Sin embargo, el otro ejemplo de Freixas sí que ofrece buenas razones para pensar que 'hombre' no es ambigua: 'Yo, Laura Freixas, en tanto que hombre moderno...' suena mal. Si la palabra tuviera un significado literal que no marca el genero, entonces 'Yo, en tanto que hombre moderno,...' tendría que sonar bien independientemente del genero del hablante. Por lo tanto - por modus tollens - inclino a pensar que el uso de 'hombre' para referirse a personas no es un uso literal, sino un fenómeno pragmático. 'Hombre' a veces se usa para decir 'persona', pero este uso no se corresponde a un significado literal de 'hombre'.

Esta conclusión no es sorprendente si miramos a metonimias similares, que se dan con palabras como 'perro', 'gato' o 'león'. A veces se usan para referirse al macho de la especie, a veces para cualquier miembro. También con 'vaca' o 'oveja', que a veces se usa para referirse a la hembra exclusivamente, otras veces a cualquier miembro de la especie. Parece ser que aquí tampoco se da ambigüedad léxica. Decimos que en el campo hay vacas o que en África hay leones, sin marcar el sexo. Pero al decir 'No sabía que tenías un perro' más de una vez he recibido la respuesta 'No, es una perra.' Decir 'perro' de una perra no es del todo aceptable. Además, de los toros no decimos nunca que son vacas, ni de los gallos que son gallinas. Lo que muestra que 'vaca' o 'perro' no siempre se pueden usar para referirse a cualquier miembro de la especie. Por lo tanto, estas palabras no tienen un significado literal para la propiedad de pertenecer a la especie, sino sólo para la propiedad de ser un macho de la especie, respectivamente una hembra.

El caso de 'hombre' no es diferente en este respecto. Pero es diferente, en cuanto que estos últimos casos no dan lugar a ningún problema moral, mientras que la palabra 'hombre' sí. El hecho de que la palabra no tenga el significado literal de 'persona' es importante. Porque en una sociedad en la que se quiere lograr igualdad de genero es absurdo nombrar a todas las personas con una palabra que, en algunos casos, se puede predicar correctamente sólo de los miembros de uno de los géneros.

lunes, 2 de abril de 2012

El tema de nuestro tiempo


Le tomo la palabra a mi colega Andrei. No ya simplemente porque esta entrada es contigua a la suya  –con la que abre y donde explicita las líneas fundamentales de este blog–, sino porque, además, no seré yo quien se atreva a incumplir los principios fundacionales de este espacio de debate y reflexión. Así pues, no encontrará el posible lector ningún afán de exhaustividad bibliográfica, ningún encorsetado formato de rancia academia, ni tan siquiera una elegante argumentación. Tampoco busquen un original y lúcido análisis de nuestro crítico momento histórico a pesar del pretencioso título;  a caballo entre un mal recurso publicitario y un guiño cómplice a la obra de Ortega y Gasset.

En fin, a lo que voy. Llevo tiempo observando, para mi sorpresa, cómo, entre conocidos, amigos, locutores, radioyentes, se está poniendo de moda autodefinirse como “liberal”. Hasta en los recientes actos conmemorativos de la Constitución liberal de 1812 discutían los políticos por ver quién se erigía como verdadero y legítimo heredero de ese espíritu. Pero lo más llamativo es que a estos corifeos, aplaudidos por una numerosa banda de “auténticos liberales”, sólo les une el nombre genérico. Con tan sólo analizar superficialmente este crisol, podremos constatar sus múltiples diferencias y el abanico de modelos; por citar algunos: están los “neos” y los “viejos”; los hay “radicales” (por lo de ir a la “raíz” del concepto mismo, a su esencia más pura) y “moderados” (una palabra que suena bien aunque no siempre sepamos a qué suena), entre la inmensa gama de colores.

Ante tal maremágnum sería de agradecer una descripción precisa sobre qué entiende cada susodicho por esta doctrina –más allá de las dos frases generales y vanas apelando a la libertad– que me permita poder encasillarlos con exactitud y objetividad, evitando así mis prejuicios ideológicos (nada fiables, por cierto). Sinceramente no sé el motivo de este molesto silencio, de esta espesa niebla que ni permite ver con claridad ni separar los distintos elementos con mayor rigor. Imagino diversas razones: ignorancia, manipulación, pereza intelectual o indecisión verdadera por parte del interesado al no estar del todo seguro sobre qué tipo de liberalismo refleja mejor su visión del mundo; a saber, el económico, el social, el político o el filosófico.

Tampoco tengo ni idea si esto se debe simplemente a una moda pasajera como lo fue, no hace tanto, ser de “centro” –ese punto ilocalizable que mantenía la equidistancia entre la nada y el todo–, con el que se adscribieron en otra época tantos como hoy lo hacen a esta nueva etiqueta. En cualquier caso, respetando las leyes fundacionales del blog y ocultándome de paso en ellas, no hablaré aquí del liberalismo de Bentham o del de Pareto. Ni mucho menos discutiré dos de los posibles principios fuertes que se le atribuyen a esta filosofía: el de igualdad (¿entenderá algún defensor por este principio “igualdad de oportunidades”?) y el concepto de libertad (¿cuál prima sobre cuál?, ¿podría existir una verdadera libertad sin la existencia real de una igualdad de oportunidades?).

Con este panorama, como comprenderán ustedes, tratar de ir clasificándolos uno por uno me está resultando una tarea difícil y pesada. Un auténtico tema de mi tiempo.

PS: Para los que tengan esta misma obsesión les recomiendo, para iniciarse en tan laborioso oficio, un documental titulado “La Doctrina del Shock” (Michael Winterbottom y Mat Whitecross). Su visionado puede servir para catalogar a algunos especímenes extremos de esta gran familia.

miércoles, 7 de marzo de 2012

El propósito de este blog. Y un dilema



La idea de este blog surgió después de una conversación entre Óscar, Daniel y yo en la cafetería de Fonseca. Hemos pensado entonces abrir un blog para que nuestras ideas y conversaciones queden por escrito, y también para dar la oportunidad de unirse a la conversación a quién más quiera. Así que invito a todos los que encuentren interesantes nuestras contribuciones a dejar sus comentarios, replicas, objeciones. Escribiremos aquí sobre temas relacionados con nuestras especialidades, pero también contribuciones sobre temas de interés general. Preferimos un estilo informal, pero a la vez centrado en argumentación. Eso es lo que intentamos sugerir con el nombre del blog.

Y una pequeña duda de comienzo... Está claro que sobre cualquier tema moral, político, filosófico, o de otra naturaleza, hay una bibliografía enorme y muchos expertos. Si uno se dedica a opinar sobre muchos temas, como espero que pase en este blog, tarde o temprano llegará el momento en el uno dará el paso fuera de su especialidad. Pero, ¿es legítimo opinar de temas que uno no conoce en profundidad? ¿No es una muestra de ignorancia? ¿Y no es mejor leer un artículo de especialidad en lugar de darle vueltas como si no hubiera nada escrito sobre ese tema? He pensado en tres razones para ahuyentar este tipo de dudas.

Por un lado, porque la bibliografía en cuestión, con sus distinciones sutiles y sus argumentos complejos, no te va a decir nada si no has intentado previamente hacer tú mismo algunos pasos hacia una mejor comprensión del tema. No vas a saber apreciar el argumento o la distinción que te ofrece un artículo o un libro si no sabes qué es lo que buscas. Eso me parece cierto por lo menos en cuestiones filosóficas.

Por otro lado, argumentar nos hace personas más racionales. En un sentido amplio de la palabra, racionales somos todos, y lo mostramos en nuestra conducta diaria. Pero en un sentido más estricto, la racionalidad consiste en conseguir que nuestras opiniones no sean el resultado del prejuicio, de todo tipo de coyunturas, de idiosincrasias y de actitudes gregarias. Sólo ejerciendo el pensamiento crítico se aprende a ser más racional, del mismo modo que sólo practicando con regularidad un deporte se consigue mejorar en ese deporte.

Finalmente, opinar sobre temas morales y políticos es, a escala individual, necesario para la democracia. Sobre estos temas somos responsables de formar nuestras opiniones, con independencia de si hemos leído a J.S. Mill o a John Rawls. Todos tenemos que pensar en estos temas, no sólo los especialistas. Es el primer paso para llegar a entender la sociedad y para llegar a involucrarse en las cuestiones de interés público. El segundo probablemente es leer a esos autores. Aunque desafortunadamente pocos lo hacen.